En tan solo 3 años de haber comenzado, con tu apoyo, hemos impactado la vida de 12 jóvenes mexicanos. Ahora, gracias a la beca ReconoceR estos jóvenes serán doctores, ingenieros y economistas en su país de origen del cual no tendrán que volver a huir en busca de oportunidades.
Todavía recuerdo bien aquel 17 de Septiembre. Yo tenía 15 años, acababa de entrar a high school, y a pesar de siempre haber sido muy reservada decidí aceptar la invitación de aquel chico que me pretendía. Era un plan bastante inocente en realidad. Faltar a la escuela un rato para jugar Mario World en su casa. Una travesura inofensiva, donde el único contacto físico que tuve fue con el control del videojuego.
Pero luego mi papá se enteró. Él siempre había sido un hombre de carácter fuerte, pero aquella tarde me propinó una golpiza tan fuerte que pensé que me iba a matar. Sin embargo, el peor golpe llegó varios días después, cuando mis papás me sacaron de la escuela, dizque porque me iban a tachar de "niña fácil".
En mi casa siempre hubo violencia, pero yo siempre encontraba refugio en la escuela; estudiar siempre fue mi pasión más grande. Por eso cuando mis papás me quitaron eso, perdí el rumbo. Dejé de ver a mis amigos, perdí mi rutina e independencia, y lo peor es que perdí mi propósito en la vida. Entre en depresión, y al no tener acceso a un sistema de salud de calidad, mi mal estado mental se agudizó.
Ahora que lo pienso, quizá por eso decidí estudiar Psicología. Y definitivamente por eso no lo pensé dos veces cuando surgió la oportunidad de seguir mis estudios gracias a la beca ReconoceR. Cruzar la frontera de regreso a México fue lo más difícil que he hecho, porque era un nuevo país y una nueva etapa que estaba enfrentando yo solita, pero lo hice porque sabía que era una oportunidad única para al fin romper el ciclo que existe en mi familia, de no ir detrás de tus sueños y conformarte con lo poquito que te da la vida.
Poder estudiar me da mucho orgullo, no sólo por ser la primera de mi familia en cursar la universidad, sino porque estoy sentando un precedente, una nueva vara para que de ahora en adelante todos los que van después de mí también lo hagan. Para que futuras generaciones de mi familia también puedan constatar que el conocimiento y las experiencias nuevas te permiten ver la vida con una visión menos limitada.
Hay una teoría en la Psicología que dice que si sólo has vivido tres cosas sólo te puedes imaginar tres futuros, y si algo ha logrado esta beca es abrir mis horizontes para imaginar muchos futuros, mucho más brillantes que los pasados que me han tocado. Quiero cambiar al mundo, y quizá con ayudar a una persona sea suficiente para cambiarlo, ¿no?
Fue en un camión de Reynosa a Cadereyta cuando al fin caí en cuenta que había llegado a México.
Venía de pasar dos meses en un centro de detención de ICE, donde se me iban los días pensando en mi futuro, con la voz de Donald Trump hablando de redadas como ruido de fondo, pues las teles ahí siempre estaban sintonizadas a Fox News.
Pero al menos sabía el idioma. Recuerdo que había muchos detenidos que me recordaban a mi papá, tanto por la fragilidad de sus cuerpos como por el hecho de que no dominaban el inglés. Traté de ayudarlos lo más que pude, pero no hay mucho que puedas hacer cuando un gobierno no te quiere en su país.
Quizá por esto fue hasta que mi cabeza estaba recargada en la ventana polvosa del camión que me llevaría con mis tíos en Cadereyta que finalmente me di cuenta que me encontraba, 29 años después, en el país donde había nacido pero que en realidad nunca conocí. Con policías encapuchados escoltándonos, yo veía que la calle por donde transitábamos era muy diferente a Chicago, flanqueada por casas hechas de cartón y atizada por un calor al que no estaba acostumbrado. Fue ahí, en medio del polvo, policías y un panorama desconocido, que empecé a reconstruir mi vida.
Y el primer ladrillo fue la beca ReconoceR. Después de pasar por un período de depresión, me encontré con esta beca que me ofrecía pagarme todos mis estudios universitarios. Decidí aplicar, y aunque no lo podía creer cuando me la otorgaron, fue una oportunidad que me comprometí a no desperdiciar. Llevo ya dos años estudiando la carrera de Relaciones Internacionales, y todo lo que he vivido en este tiempo ha expandido mis horizontes. He perfeccionado mi español, he descubierto la cultura de México, y se me ha abierto el panorama de las cosas que puedo lograr en la vida. Ahora estoy contemplando entrar al área de ciencias sociales o algo en leyes internacionales. Lejos ha quedado el sueño que por tanto tiempo tuve de ser policía.
Y si bien extraño a mi familia y a Chicago, que para mí siempre será mi hogar, por primera vez en mucho tiempo tengo un camino pautado, y no puedo esperar para graduarme en dos años y aplicar lo que he aprendido para mejorar este país y hacer algo con mi vida que nunca hubiera imaginado posible.
Me llamo Juan Manuel, pero muchas veces tuve que ser Javier Peláez para ganar dinero. Javier Peláez trabajaba como conserje en un centro comercial, en turnos de doce horas, sacándole brillo a los pasillos del segundo piso. Pero nunca me sentí cómodo en la piel de Javier. Sentía que estaba desperdiciando mis talentos, y lo que es peor, vivía con el miedo constante de que un compañero de clase me reconociera, me llamara por mi nombre, y que el lento desmoronamiento de mi mentira terminara en mi deportación.
Y al tener miedo, le estaba quedando mal a mi madre, que siempre me decía "no estamos hechos para tener miedo, no estamos hechos para sufrir, para estar de rodillas ante la gente, para eso no vinimos a Estados Unidos."
Mi madre es la persona más importante para mí, no sólo por su cariño y apoyo, sino porque fue gracias a su visión que me regresé. Yo estaba empeñado en construir mi vida allá, obstinado en que eventualmente iba a lograr el sueño americano, a pesar de que la vida me demostraba lo contrario. A pesar de que, por más empeño que ponía, mi falta de papeles no me permitía avanzar en la vida.
Fue debido a la insistencia de mi madre que me regresé a México con ella después de estar más de siete años allá, y fue gracias a su visión que me di cuenta que en este país también se podía soñar en grande y salir adelante, y que el mundo no se termina con el sueño americano.
De hecho, gracias a que tuve la suerte de encontrar la beca ReconoceR, llevo más de tres años persiguiendo una ingeniería en Mecatrónica. Ha sido un proceso muy retador, pues además de mi carrera me propuse aprender Japonés para poder irme a un programa internacional para ingenieros en Asia. Ahora, después de años de esfuerzo, me enorgullece saber que me graduaré con una doble titulación de una de las universidades de más prestigio en Japón; algo que, a la larga, puede abrirme muchas puertas.
Los cambios en mi vida desde que regresé a México no han sido fáciles, pues a la carga académica se le sumó la carga emocional que implica cambiar de país y rehacer tu vida. Pero algo que valoro mucho es que me siento en completa tranquilidad de ser yo mismo, y que gracias a la beca me siento con plena libertad de planear mi futuro. No lo tengo todo claro, pero sé que en el futuro cercano me gustaría utilizar mi carrera en Mecatrónica para impulsar la protección del medio ambiente, trabajando para una compañía que apoye las energías renovables, y quizá después de eso seguir mis estudios con una maestría en Japón. Nunca me he sentido arraigado a ningún lugar en específico, pues mi único hogar ha sido mi madre. En realidad no soy ni de aquí ni de allá, pero eso lo veo como algo positivo; significa que puedo triunfar donde sea.
Cuando le dije a mi mamá que me quería regresar a México me tachó de loco. "¿Qué vas a hacer allá? ¿Por qué crees que estamos aquí nosotros?", me dijo. Pero eso no me detuvo; estaba cansado de estar en una zona de confort de la cual sabía nunca iba a poder salirme, pues pagar la universidad me era imposible. Y si bien el país donde nací no ofrecía tantas oportunidades, sabía que estaba en mí luchar por la vida de primer mundo que fuimos a buscar tan ávidamente a Estados Unidos.
Regresé a México en enero del 2017 cuando me avisaron que había sido ganador de la beca ReconoceR. Recuerdo que aún cuando el avión había aterrizado y tenía mi equipaje conmigo en la acera afuera de la terminal internacional del aeropuerto de Monterrey, me aferraba a mi boleto de regreso. Que una beca se ofreciera a pagarme todos mis estudios era algo demasiado bueno para ser verdad, y la sensación familiar de estar siendo engañado reinaba dentro de mí. Quizá fue por eso que cuando conocí al fin al equipo de la UDEM y todo empezó a volverse más real, lloré. Estaba abrumado de emociones, y por primera vez en mucho tiempo, sentía que el futuro me deparaba algo bueno.
Y por suerte, esa sensación no estaba equivocada. Cada vez estoy más cerca de graduarme y tener mi título de Licenciado en Innovación y Creación de Empresas, y después de eso me interesaría hacer una maestría en Francia. Además, tengo el compromiso de que, después de graduarme, cada negocio que empiece va a tener una causa social.
Mi proceso de adaptación a México ha sido duro y he tenido que sacrificar cosas, como dejar la música para enfocarme en la escuela, por ejemplo, pero definitivamente ha valido la pena. Es una experiencia que ha cambiado mi manera de ver la vida y que me ha abierto las puertas del mundo, de una forma muy literal. Gracias a la beca ReconoceR pude hacer un semestre de intercambio en Francia, y estando allá pude aprender de diferentes culturas. Fue a través de conocer los rincones de Lyon y adaptarme a sus costumbres que algo en mí se desbloqueó, y gracias a esta experiencia pude ver que la vida era más que sólo lo que se encontraba al norte del Río Bravo.
Entre más conozco el mundo, cada vez soy menos materialista, y me doy cuenta que con tener mis necesidades básicas cubiertas es suficiente. No necesito más que 2 jeans, 5 camisas, una cama y agua caliente. Y creo que el mundo necesita evolucionar; empezar a medir más el impacto en vidas humanas y en huella medioambiental que sólo en dinero. Darnos cuenta que estamos más conectados de lo que pensamos, y que algo que le está afectando a otra persona del otro lado del mundo eventualmente nos afectará a nosotros también.
Recuerdo que llegaba cubierto de aceite a mi clase de cálculo II. No tenía tiempo de bañarme después del trabajo, y aunque para nada me veía presentable, perderme la clase no era opción. Para mí siempre ha sido más importante perseguir mi educación que preocuparme por el qué dirán. He seguido mi vida bajo el lema de "no todo el que trabaja duro triunfa, pero para triunfar necesitas trabajar duro." Siempre he tenido claro que para salir adelante tenía que esforzarme. No había de otra.
Sin embargo, llegó un momento donde esforzarse se convirtió en una carrera cuesta arriba. Una que sentía no podía ganar. Veía como mis compañeros, sin la carga de dos trabajos encima y con calificaciones inferiores a la mía, lo podían todo, simplemente porque tenían papeles. Luego me rechazaron de una beca para estudiar medicina en Johns Hopkins. Eso me dolió mucho, porque quedé finalista, pero perdí porque el comité seleccionador sentía que invertir en un indocumentado era mucho riesgo. Pero lo más duro fue cuando mi mamá, la que siempre me ha apoyado en todo, me dijo que abandonara mis sueños de convertirme en doctor. Eso fue la gota que derramó el vaso en mi decisión de venirme a México.
Regresé sin un plan fijo, sólo con la promesa de mi padre, quien después del divorcio se quedó en México, de que me iba a apoyar. Pero muy pronto me di cuenta que mi papá sólo me quería para que le ayudara a terminar de pagar su camioneta.
Estaba en un punto bajo, y me sentía solo en el mundo. Pero entonces recordé mi lema del trabajo duro, y me puse a buscar oportunidades de estudio. Fue ahí cuando encontré la beca ReconoceR y apliqué. Poco después una fundación me puso en contacto con un doctor que, sin conocerme, lleva un año apoyándome financieramente para que pueda cubrir todos mis gastos. Dos años más tarde, puedo ver un poco más cristalizado mi sueño de desarrollar una carrera en el área de traumatología.
En este viaje me he dado cuenta que a veces sólo hay que volver a intentarlo, y la vida va poniendo las cosas en su camino. Pero también me doy cuenta que he sido bastante afortunado con las oportunidades que he tenido, por eso en el futuro también me gustaría empezar una beca para inmigrantes que quieran estudiar medicina, y que más gente pueda conseguir lo que yo ya tengo. Que la gente venga de Estados Unidos a México para estudiar. Sería bueno para variar.
Extraño la playa. A pesar de que era muy chico cuando abandoné México, hasta la fecha tengo ese anhelo que tenía de niño, de regresar a la costa de Oaxaca.
Nunca he sido muy social, y el cambio constante de ciudades y culturas no ha ayudado mucho. A pesar de llevar más de un año en México, todavía no me termino de adaptar al país donde nací. Por eso el agua me encanta. Los mares tienen una semejanza y una belleza independiente de ubicación, idioma, cultura y prejuicios. Pero más que eso, tienen una predictibilidad en la que puedes confiar.
Y la estabilidad es justo algo que nunca he tenido en mi vida. En Kinston, por ejemplo, le echaba ganas porque era la única manera de luchar por mi futuro, pero mis posibilidades, mi estado migratorio, y hasta mi estancia en Estados Unidos al lado de mi familia siempre pendían de un hilo. Recuerdo que en mi último año de high school hubo muchas universidades que me aceptaron y hasta me ofrecieron becas parciales, pero tanto por ser indocumentado como por mis limitaciones financieras, la educación superior estaba fuera de mis posibilidades.
No es excusa, pero quizá fueron estas dificultades lo que me orilló a las drogas. Empecé con Xanax, que robaba de los gabinetes de la trastienda de una farmacia donde logré conseguir un trabajo. Después de un rato de consumir pastillas, me gradué a metanfetamina, la cual consumía sin parar los últimos meses que estuve en Carolina del Norte.
Pero un día me vi al espejo, y no me sentí nada orgulloso del reflejo que me regresó la mirada. Y fue en ese momento que decidí cambiar mi vida. Me fui de Carolina del Norte con las ganas de quedarme, pero sabía que la beca ReconoceR me estaba otorgando un mejor futuro: la oportunidad de estudiar la licenciatura de Creación de Negocios en la UDEM. Lo más difícil fue despedirme de Samuel, mi hermano y mi mejor amigo, pues él estaba tan resentido con mi partida que ni siquiera me acompañó al aeropuerto.
Mi camino para llegar aquí, a una universidad reconocida y una vida estable, no ha sido fácil. Pero no lo cambiaría por nada, porque ha forjado en mí un carácter infalible. Qué me van a estresar ahora los exámenes finales o buscar alguna internship en verano. Ahora soy un poco inmune a los cientos de problemas triviales que pueblan nuestras vidas. Y sé que con esa armadura llegaré lejos.
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